lunes, 28 de septiembre de 2009

Dientes, dientes...

...que eso es lo que les jode. Lo que les jode y lo que nos jode, claro.
Ahora mismo estoy inmersa en lo que se suele llamar "dolor de muelas" imagino que se llama así porque "método de tortura contra traidores en época de guerra" suena demasiado largo para utilizarlo coloquialmente.
El caso es que, sin comerlo ni beberlo (comer y beber, cosas que hoy en día casi me dan pánico), me vi inmersa en lo que es la tortura dental, por así llamarlo.
Cuando esto ocurre te ves inmerso en un maravilloso debate contigo mismo porque oh! sí, ahora toca ir al dentista.
Es curiosa esta persona, sí, curioso el gremio, los dentistas. Gente con una bata blanca que te mira con cara de pastor de iglesia recién salido del seminario, con mucha ilusión y una sonrisa enorme pensando "Ay.. pobre..". Cosa que tú notas a la primera.
Te intenta hacer el trance más agradable. Te llama por tu nombre y te da un par de palmaditas en la espalda cuando vas a sentarte en su silla de los horrores.
Luego el bfffffffffffffff horrible de su máquina te recuerda que es un ser maquiavélico y que estudió esto por amor al arte, sí, estudió como hacer daño a otros porque LE GUSTABA.
Y mientras tienes la boca abierta, las babas cayendo y las encías sangrantes empiezas a mirarle con unos ojos muy diferentes de los que tenías clavados en él al principio.
Odio amigos, mucho odio.
Luego llegas a tu casa con la boca como un campo de batalla pensando en por qué narices fuiste al dichoso dentista sin acordarte del dolor insufrible que tenías antes de ir, porque el dolor que te preocupa es el de AHORA.
Y el de AHORA lo ha hecho él. (maldito seas bichejo de blanco)
Así que te tiras los días siguientes automedicándote como un yonki del ibuprofeno, tanto, que llegas a conocer las mejores marcas e incluso intentas sobornar al farmaceútico con una de "Venga hombre... hazme una rebajita... que ya sólo me quedan dos días... anda..." hasta que algún amigo tuyo, asustado por la dependencia que tienes hacia los antiinflamatorios y los analgésicos decide sacarte de casa a ver si te distraes o te mete en una pelea que te cambie el dolor de sitio.
Al final pasas el mono.
Pasas unos pocos días sintiendo que cada mínimo pinchacito cerca de la zona bucal va a trastornarte para siempre, los dolores van a volver sí o sí y tú morirás presa de la locura. Pero una vez pasados un par de días de rigor vuelves a confiar en la suerte y en Dios todo poderoso y ves que el dolor ha desaparecido.
Al final recuerdas todo esto como un mal sueño y dejas de mirar los dulces de reojo como si fueran hijos del mismo satanás.
La vida vuelve a su sitio, el arcoiris tiene más intensidad que de costumbre, sonríes con más ganas a la gente y piensas que todo es maravilloso por haber superado tal experiencia en tu vida.
Pero otra vez, cuando menos lo esperas ¡Zas!
El ciclo de los dientes es lo que tiene.
Sabiendo lo que nos viene... al menos espaciado, por favor.