sábado, 9 de enero de 2010

Cuida del medio ambiente

Sí, es sumamente importante dar un poco de la comodidad del día a día y cuidar de nuestro maravilloso planeta azul, hoy os hablaré de algunas pequeñas cosas que podemos hacer para colaborar a que su destrucción sólo la lleven a cabo los grandes magnates industriales y los políticos.
Para empezar hablaré del transporte público, ese maravilloso medio de moverte por la ciudad, concretamente hablaré de los autobuses y el metro.
Los autobuses EMT son maravillosos, sí, sobretodo lo son cuando hace un frío que pela en la tarde/noche madrileña, levantas tu brazo, corderito inocente, para que el majísimo autobusero pare y te deje subir, pero él, jugando con tus sentimientos, hace como que se acerca a la acera y luego se marcha con media sonrisa.
Al lado hay un hombre que en solidaridad te dice "A veces parece que hay que tirarles una piedra contra el cristal para que paren" y tú asientes y sonries pensando "mierda, para un cocktel molotov que hago y voy a tener que gastarlo con el autobús que me lleva a casa, no le mires mucho, que no se quede con tu cara".
Después de que haya pasado tu autobús y te haya dejado tirada y que hayan pasado todos los autobuses de Madrid (incluso los que no tienen esa ruta) e intuyas que tus pies empiezan a sucumbir a la congelación decides intentarlo con el Metro (que dicen que vuela)
Llegas al andén y esperas tus (con suerte) tres minutos. Según van pasando los segundos el andén va estando más y más lleno, al final parece que es la fila para entrar a un concierto de música rock, faltan los pogos y poco más, porque empujones así, sin querer, con un poquito sólo de mala idea, los sigue habiendo.
Ves llegar el metro con mofletes de pasajeros pegadas al cristal. Parece una latita de sardinas si no fuera porque casi puedes tocar el vaho que hacen sus respiraciones contra el cristal (¡Viven!).
Salen dos, pero, por muy lleno que pareciera estar, caben 6.
Ehm bueno... "caben" 6.
Te tiras unas cuantas paradas luchando por respirar... por respirar lo que sea, porque, es evidente, que en esas circunstancias si pides aire puro es que eres un idealista.
Entonces llega una parada algo concurrida, un transbordo entre varías líneas y ahí ya sí que se bajan decenas de personas... entonces empieza la gran batalla ¡El asiento libre!
En una fracción de segundo todos y cada uno de los pasajeros giran sus cabezas hacia el asiento. Todos están haciendo un plan de ataque rápido y conciso.
Tú, que eres el mas listo, intentas pasar por debajo del brazo del señor que te obstruye el camino, ves como de lejos otra chica está intentando esquivar a unos chavales enormes de instituto, llegas tú primero, ves las caras del resto de los oponentes que oscilan desde el odio hasta la resignación y tú sonríes. ¡Já! Pringaos. Pero... no es bueno cantar victoria tan pronto.
Por la puerta entra una dulce ancianita con su bastón, unos enormes y grises ojos vidriosos y te mira, te mira y telepáticamente te dice lo cansadas que tiene las piernas, que tiene veinte nietos que no la dejan vivir en paz y que sus hijos quieren mandarla a una residencia.
Así que te levantas y le cedes el asiento con toda tu buena voluntad y los pringaos se ríen entre dientes.
Antes de que te des cuenta ya has llegado a tu parada, pero has sido lenta y ahora tienes que atravesar un enrevesado tapiz de cuerpos para poder llegar a la puerta. Parece una yinkana. Cuando consigues llegar resulta que algunos están entrando y ahora ya has mutado a salmón saltando las cascadas para desovar.
Cuando ya has conseguido llegar a casa, te encuentras con la segunda cosa que puedes hacer:
El reciclaje.
Tienes una casa pequeña y, en consecuencia, una cocina pequeña. Pero en ella debes tener, al menos cuatro tipo de bolsas o contenedores de sustancias: orgánica, plásticos y briks, vidrio y papel. Por lo que, cuando están llenas, es mejor que empieces a pedir comida para llevar porque es físicamente imposible, que puedas llegar hasta los fogones.
Pero todo vale por este maravilloso planeta.
Cuando las bolsas ya están llenas tienes que ir a tirarlas sin que se te olvide que no puedes tirar vidrio con tapa porque si eso ocurre salta una sirena e irás al infierno de cabeza.
Te recorres toooodo el barrio buscando contenedores que no estén llenos hasta los topes y que sean para cada una de tus bolsas. Cuando llegas ya no sabes ni cómo meterlo.
Es un código de colores sencillo, sí, pero apañártelas con cuatro bolsas pegadas a ti y recordándote la ley de la gravedad no es tan sencillo.
Y ya, si nos ponemos totalmente exquisitos, tendremos como cuatro o cinco tarritos de aceite usado que no podemos tirar por el desagüe (¡Malditos asesinos de focas, atentando contra el planeta!) y vamos acumulando en el armario de la cocina esperando encontrar un dichoso y maldito contenedor en el que echarlo, pero bueno, dentro de lo malo, siempre podremos mirar los tarritos y recordar lo rico que era comer comida recién hecha cuando las bolsas del resto no nos permitan llegar a cocinar.