sábado, 25 de julio de 2009

¡Qué bello es vivir! Vol.1

Odio estar en esta casa. Es como vivir eternamente encerrada. Y digo vivir por decir algo.

Supongo que no es demasiado fácil de explicar, son de esas cosas que sólo puedes entender cuando te pasan, como estar embarazada o enamorada o quizá tener un orgasmo. Creo que no he conseguido saber qué se siente en ninguno de esos tres estados, así que supongo que valdrá para explicarme.

Es verano y cada día es un día normal más en el que no sabes qué pasará, pero sí sabes qué no pasará. No habrá paz, amigo, claro que no, eso es demasiado pedir en Bronca-villa.

Es… una especie de sensación de bloqueo, como cuando estas esperando en el tren hasta llegar a algún sitio y no te enteras prácticamente de nada. Algo así como estar adormilado.

No prestas demasiada atención a tu alrededor o, aunque lo hagas, tu cerebro parece estar tumbado en una hamaca en Hawai o por ahí. Dice que pasa de tus tonterías, que está cansado y que te olvides de sus servicios.

Qué majo.

De todas formas sirve para más bien poco porque cuando vives con una persona que está siempre cabreada, no necesitas el cerebro ni para reírte, porque ¿Sabes? Está mal visto. Ya parece que cuando otra persona no es feliz, tú tampoco puedes serlo, es una especie de cabreo colectivo (o con nosotros o contra nosotros).

Yo… estoy un poco harta de toda esta historia. Ya ni siquiera sé cuánto tiempo llevo en esta situación. Sé que son años, pero no acertaría la cifra ni de puro milagro. Menos de veinte, eso seguro, más que nada porque con unos pocos más yo no estaría ni en proyecto de venir al mundo.

De todas formas no recuerdo una época distinta a esta, será el alzheimer o qué se yo… cualquier excusa me vale para pensar que es cosa de mi memoria y no de esta apestosa vida.

Ahora he llegado a un momento crucial en mi vida, soy… ¿Insensible? No es cosa de egoísmo o falta de empatía o cosas así, no, nada de eso es… más bien… que no siento nada.

Recuerdo cuando tendría unos… trece o catorce años, tal vez incluso menos y, de vez en cuando, se me cruzaba algún chavalito resultón y me tiraba un par de días sin comer o sin dormir pensando en él, cuando le veía me temblaban las piernas, no conseguía articular palabra decentemente (tartamudez al poder), y todas esas cosas chachis (que no crees que sean chachis hasta que han desaparecido de tu vida).

Mi vida ahora es bastante más rutinaria.

Conozco a alguien. Bien. Nos reímos (ja, ja). Bien. Tenemos algunas cosas en común, charlamos acerca del sentido de la vida y lo majos que somos, lo encantados que estamos de conocernos. Bien. Besos. Bien. Sexo. Mmmm… psss ¿Bien? Y… ya está. Ahí se acaba todo.

La rutina puede repetirse todas las semanas, un par de veces al mes, unos cuantos meses y al final terminas por admitir que esa magia que siempre supiste que no existía, en efecto, no existe.

Y realmente no te da demasiada pena porque… hace tanto tiempo que no la sientes que ya es como si… como si echaras de menos ir en carrito (que todos intuimos que es muy cómodo, pero realmente no nos acordamos de si se pasaba demasiado calor o nos molestaba algún resorte)

Así que, una vez asumida toda esta historia, te sientas en el sofá y piensas en qué narices le ha pasado a tu cerebro, corazón o lo que sea que se supone te hace sentir “cosas”.

Te planteas si tal vez eres una especie de androide y estás llena de cables por dentro pero no te habías dado cuenta antes (y rezas para que no se cuele ningún chorro de agua si te haces un corte). Te planteas si eres alguna especie de… frígida emocional (que no entra nada, chica, no lo intentes). Incluso llegas a plantearte, no sé, si tal vez el mundo entero conspira para tenerte en la más absoluta ignorancia de sensaciones porque fuiste alguien muy, muy chungo en otra vida.

No sé por cual de todas apostar, pero creo que a partir de ahora tendré cuidado en la ducha.

Luego intentas consolarte desesperadamente en plan… “bueno… lloro con las películas” o cosas como “oye, que yo también sangro cuando me hacen una herida” y memeces del estilo que en el fondo no dicen nada.

Ya se sabe que mal de muchos…

Pero nada de eso te consuela de la triste realidad. Esa que te demuestra a cada momento que ya no sientes esas mariposas en el estómago (o sucedáneos) cuando ves a algún chico que te gusta. Que ya nada te quita el hambre ni el sueño (sí, marmota) que ya has asumido que todo es efímero y superfluo y no derramas ni una triste lágrima en pos de un amor que se va (o tal vez un par por tu orgullo herido).

También llega el momento en el que, una vez constatada la realidad y una vez nos hemos consolado diciéndonos que somos humanos, llega el momento de echarle la culpa al mundo (sí, la sociedad esa de la que todo el mundo habla).

Las películas de amor son el gran ente contraproducente. No, Romeo y Julieta no existen, no hoy, no cuando ya no se habla en verso ni hay grandes bailes de disfraces en los que una preciosa y virginal doncella se viste de ángel. Y no, ya no hay Don Juanes, bueno tal vez sí, pero ahora Don Juan no se va a quedar sólo con Doña Inés (ni Doña Inés sólo con Don Juan, ya que nos ponemos sinceros)

Acabas de ver una estupenda película de amor y se te saltan un par de lágrimas saladas pero dulzonas y piensas que el mundo es maravilloso y que el día menos pensado en el vagón de metro un apuesto galán te cogerá de la mano y te llevará a ver un mundo plagado de estrellas mientras coméis un helado de chocolate y… y luego te acuerdas del capullo de tu ex, o de tu padre o de tu amiga (la que le puso los cuernos a su novio y encima le echó la culpa) y entonces te das cuenta de que eres una maldita romántica que está fuera de su época (además de una mal hablada por ponerles tibios).

Así que las paredes de tu casa empiezan a caérsete encima, quieres salir y conocer a gente maravillosa en sitios estupendos y viajar y tener amores de verano de esos que se acaban pero dejan recuerdo.

Entonces te das cuenta de que no tienes un duro, que tienes una madre que te va a seguir poniendo hora de vuelta a casa hasta los 30 y de que te obligan a dar tantas explicaciones que para cuando quieres ir a vivir aventuras te has dado cuenta de que las tienes más planificadas que el horario de la facultad.

Y llega el momento en el que decides deprimirte, sí, porque todo es una gran mierda y encima eres intolerante a la lactosa por lo que no puedes cagarte en el mundo con una gran cucharada de helado de chocolate derritiéndose en tu boca.

Nada.

Al final lo de la conspiración va a acabar siendo verdad (¡Qué culpa tengo, oh, Señor, Perdóname!)

Y decides ponerte a contarle al ordenador (ese aparato tan majo que nos ahorra tinta en los bolígrafos Bic) que el mundo apesta y tú te has dado cuenta antes que nadie (que sí, que fui yo, buitres)

Cada vez me cuesta más sentirme viva. Quiero un perro.

2 comentarios:

  1. Pobres bolis Bic, que nadie los quiere... entre los Pilot y el ordenador están en desuso xD
    ¿Qué decir?¿Bien? nah, hay un párrafo que dedicaste a decir esa palabra xD. Entonces, ¿qué?¿Mal? sería de mala educación.
    Bah, pues diré que mola y me callo ya.

    PD: Ehm... ¿Guau, guau? xDD

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